Me parece un privilegio vivir a una hora tanto del mar como del campo.
Al estar tan cerca es fácil organizar planes sobre la marcha y pasar de la ciudad a la naturaleza en estado puro en poco tiempo. Para nosotros enganchar un coche de caballos, preparar unas tapitas y salir a comer a Doñana es algo habitual pero aún así no dejo de valorarlo.
El viernes pasado fue uno de esos días. Diez amigos, caballos, guitarra y uno de los paisajes más bonitos de España, los pinares del Coto. Estábamos completamente solos en mitad del campo, sin prisas, sin agobios, disfrutando los unos de los otros y siendo conscientes de la suerte que teníamos.
El menú era exquisito: tortillas de patatas, filetes empanados, queso, sándwich vegetal y mucha Cruzcampo helada, ¿qué más se puede pedir?